El cementerio de Taltal
El desierto nortino, con viento terroso y sabor a nitrato, esconde innumerables recintos donde descansan los cuerpos de miles de protagonistas de las largas faenas extractivas de la odisea salitrera vivida en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX.
Descanso eterno para miles de
alma que vivieron la dureza del desierto y su pampa. Sufrieron con las
condiciones de vida de los campamentos y donde estos cementerios son los
últimos vestigios de las oficinas
salitreras.
Taltal, nacido como puerto
salitrero, no es la excepción y en su campo santo recoge el testimonio de una
época marcada por el desarrollo social y económico proveniente del nitrato,
cuando decenas de clippers y vapores esperaban en la bahía para cargar el
llamado oro blanco, mientras que su población se caracterizaba por ser
cosmopolita.
Junto con acoger los restos del fundador
de la ciudad – José Antonio Moreno –, en las primeras callejuelas del campo
santo es posible encontrar una serie de mausoleos construidos en madera a
finales del siglo XIX y que guardan los restos de las primeras familias de la
ciudad.
Pequeñas edificaciones de gran
valor histórico y social que recrean la arquitectura y opulencia de la época. A
pesar del paso del tiempo y el estado de conservación destacan por la calidad
arquitectónica y la volumetría – hecha con gran destreza de carpintería – y que
posee claras influencias neoclásicas y victorianas, además de manufactura
ornamental de sus elementos.
Un lugar especial del cementerio recuerda
a los cientos de ingleses que llegaron hasta estas tierras e hicieron de Taltal
su hogar. Una serie de tumbas guardan los restos de empleados y familias que
trabajaron para las empresas inglesas que se establecieron en la zona.
Destaca el monolito emplazado en
el centro del Cementerio Inglés y que recuerda a quienes defendieron a la madre
patria tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial y que fallecieron
durante ambos conflictos.
“Los ingleses vivían dentro del recinto ferroviario pero la sepultación de sus muertos no se hacía usando los mismos métodos del puerto, con una carroza tirada por una mula cuarteada encabezando el cortejo y una banda de músicos interpretando “adiós al séptimo de línea”. Ellos disponían de un carro funerario especial tirado por una máquina a vapor por la línea central, la que se detenía muy cerca del cementerio, desde donde seguía el cortejo a pie y sin música alguna”, recuerda el académico Sergio Prenafeta Jenkin en su libro “Taltal – desde una mina de 12000 años a los arcanos de la galaxia”
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